Los macarons nacieron en los monasterios venecianos alrededor del S. VIII, ya que macarone, significa pasta fina en dicha provincia italiana.
Siglos mas tarde llegaron a Francia de la mano de Catherine de Médicis, para la celebración de su matrimonio con el Duque de Orleans, futuro rey de Francia. Su séquito de cocineros y reposteros descubrieron a la corte francesa un sinfín de comidas italianas desconocidas hasta ese momento, como los macarons que aquí nos ocupan. Y se convirtieron en especialidad de las monjas de toda Francia.
Cuando en 1972 se suprimieron las congregaciones religiosas, dos monjas se refugiaron en casa de una familia de Nancy, donde comenzaron ha fabricar los macarons para venderlos en el mercado, así de esa forma nacieron los conocidos como Macarons de Nancy.
Fueron famosos también en otras ciudades como Montmorillon que tenían forma de corona ducal, también son conocidos los macarons de Reims, de Pau, d’Amiens….
En Paris fue donde Louis Ernest Laduree quien tuvo la genial idea de unirlos por parejas y rellenarlos con un garnache, siendo los más famosos del mundo los de la casa Laudrée y la de Pierrre Hermé.
El reflejo de los Macarons en los escaparates de las famosas pastelerías Parisinas, le da un toque de color a la ciudad de la luz. Y con la continua renovación de las recetas clásicas, que van añadiendo nuevos sabores y colores a las mas clásica como son las de vainilla, café, chocolate….
Su fabricación es aparentemente sencilla, ya que se basa en la mezcla de tres ingredientes básico como son las claras de huevo, azúcar y polvo de almendra, formando un merengue que se distribuye en moldes metálicos. Dejando prear este merengue de almendras antes de hornearlo hasta que formen una capa seca exterior que impedirá que se deformen cuando se cocinan.

Una vez horneados y fríos, se unen de dos en dos con cualquier pasta garnache de consistencia media, y dejándose reposar para que se amalgamen los sabores y las texturas, y conseguir que se deshagan dentro de nuestras bocas suavemente.